11 abril 2010

“EL MASTER” RODOLFO CRACO


x Omar Dianese
Cuentan que la noche en La Boca abrazaba con su bruma los viejos conventillos. En las fachadas genovesas de madera y cinc los colores de Quinquela dormían acunados por las dulces melodías de tiernas canzonetas.

Entonces el vocerío de los pibes que inundaba las tardes de sueños futboleros se sumía en la suavidad del silencio nocturno. Igual que los gritos de alguna madraza heredera de aquellas tanas desembarcadas a finales del siglo XIX.

Aseguran que la oscuridad imponía su presencia contundente en el Riachuelo. Garganta de una ciudad frenética. Neruróticamente subyugante, incisiva. Un gigante de hierro y cemento custodiaba (lo sigue haciendo) las aguas de petróleo y enigmas indescifrables.

Los grises y negros contrastaban con el brillo nacarado de la luna que bañaba de plateado la madrugada porteña desde el cielo del Dock Sud.

Dicen que a metros del muelle una luz carmesí guiñaba en medio de su pequeña redondez invitando a entrar.

Un muro de ladrillos a la vista semejaba la frontera entre la realidad y la fantasía. Atravesarlo implicaba el hallazgo inevitable.

La música solía envolver a los visitantes en su fino vestido de seda salpicado de brillos y jazmines. El ambiente se impregnaba con las risas de chicas atemporales, crudamente bellas y cautivantes, ricas en historias furtivamente atesoradas como piedras preciosas en el alhajero del olvido.

En el extremo de una barra rústica iluminada de rojos, azules, verdes y dorados la figura del hombre emergía con la vertiginosa seducción de un legendario capitán a bordo de la nave.

Embebido por completo en el ejercicio del mando practicado desde la sencilla y casi imperceptible movilidad de su mirada.

Rodolfo, “El Master”, poseedor del encanto trasnochador en la Ribera Sur abría cada noche los portales de la alegría, las copas y el encuentro.

Así crecían, entonces, como flores en los márgenes de la capital historias de las más variadas.

Como la de “Enriqueta”, el muchachito empleado bancario que de noche merodeaba la ribera ofreciendo un premio consuelo a los que salían con algunas copas de más y sin cita.

Como la de la piba que pidió permiso para visitar a su familia en Uruguay y la furia del Río de la Plata bebió de un sorbo y para siempre el hechizo de su mirada.

Pero con los años, el ocaso fue implacable. La magia en la Ribera Sur se fue apagando lenta pero irremediablemete.

El arpa del monge Ayala, las guitarras del trío “Las Águilas” comenzaron a enmudecer. Como también fueron cerrando sus puertas los frigoríficos, que hacia el costado de Avellaneda nutrían la tertulia con la presencia de su gente.

Sin embargo en vetustos cafetines cercanos al Riachuelo uno dio con el hombre que parece haber cerrado hace ya tiempo la era del jolgorio nocturno y las veladas de humo, voces, licor y carcajadas en “el fondo de La Boca”. En “el asiento de atrás” de la capital.

El viejo maestro de ceremonias reposa entre las viejas mesas de madera con la mirada prolongada en el adoquinado portuario y espera. Paciente y silencioso la llegada del ángel de la noche para entregarle las llaves de la madrugada y el desenfado en La Ribera Sur.

Mientras tanto apura una copa y cuenta historias…como esta:
“Todavía me acuerdo cuando llegó. Linda, jovencita. Hasta se me pasó por la cabeza decirle que eso no era para ella…que se yo…son esas cosas que a uno por ahí se le cruzan... ¿no? La forma de hablar, de expresarse…

Pero bueno, así fue que empezó a trabajar. Era una época brava. Las chicas, todas, trabajaban bien, muy bien, pero…si querían arreglar alguna cita con un cliente…ahí sí…tenía que andar con cuidado.

Habrá llegado…un mes de septiembre…octubre…no más de ahí. Si mal no recuerdo en aquella época vivía en una pensión por la zona de Congreso. Después alquilaba un departamento. Un departamentito en Barrio Norte.

Al poco tiempo ya había clientes…buenos clientes eh…que la esperaban. Si ella estaba ocupada atendiendo a otro, la esperaban.

No te puedo decir, la cantidad de copas que hacía por noche… ¡Una barbaridad…una barbaridad!

Este era un boliche que…bueno…estaba en un lugar bárbaro para el que venía de trampa ¿no? personajes conocidos, o que vaya a saber con que compromisos… ¿quién los iba a ver ahí?

La cosa es que un buen día no apareció más. Eso, la verdad no era cosa que no pasara ¿no?. Quiero decir que era bastante común que alguna chica, por ahí, dejara de venir de una noche para otra. A veces pasado el tiempo alguna volvía… En fin... De golpe no la vimos más.

Ahora …cuando empezó a verse en la tele ..!!!! Jajaja….ahí sí qué no lo podíamos creer!!

Buena piba. Sí, muy buenita. El nombre? Noooo…! El nombre….ah sí…!!! Acá la llamábamos Betina.”